jueves, 17 de diciembre de 2015

REVISTA IZAR (DICIEMBRE) - UN POCO DE HISTORIA: DE LA OPOSICIÓN A LA GUERRA A LA REVOLUCIÓN ALEMANA

Cuando hablamos de revolución, pensamos en la Revolución francesa, en la Revolución rusa: pero muy poco en la que se llevó a cabo en Alemania en 1918-1919. Las revoluciones victoriosas son conocidas, pero mucho menos las que han sido derrotadas. Sin embargo la experiencia de la Revolución alemana es un hecho histórico mayor para entender cómo cambiar esta sociedad y que papel debe desarrollar la clase obrera en ese proyecto.

La Alemania de principio del siglo XX era muy diferente de la Rusia tzarista: era un país capitalista avanzado, en el que la clase obrera era la capa social más numerosa, con una concentración muy numerosa en las ciudades y las zonas industriales. Era un lugar favorable para el auge de las ideas socialistas. El partido social demócrata alemán (SPD), con más de un millón de miembros y más de 4 millones de suscriptores a su prensa estaba viviendo debates importantes. Debido al aumento sostenido de su peso electoral y militante, teóricos empezaron a explicar que una victoria electoral podía conducir al socialismo y poco a poco, las actividades del partido se centraron en las instituciones. El 12 de julio de 1914, en el norte de Francia, los socialistas franceses y alemanes organizaron un gran mitín internacional en oposición a la guerra que se avecinaba. Sin embargo el 4 de agosto en el Reichstag, el SPD votaría los créditos de guerra en nombre del apoyo a las instituciones y de la lucha contra el tzarismo ruso, supuestamente menos “progresista” que el Imperio alemán. Con la excusa de su peso político, el SPD respaldó la Unión sagrada y el envío de millones de trabajadores a una gran carnicería como iba a ser la primera guerra mundial.

La guerra y las primeras señales de oposición.
El horror de la primera guerra mundial es conocido por todos: millones de muertos, mutilados, ciudades y pueblos arrasados, hambruna y enfermedades. Este desastre golpeó de frente a la clase obrera alemana. Durante los primeros meses, a pesar de la desarrollada conciencia socialista de ésta, no hubo ninguna oposición estructurada a la guerra: no se observó ninguna señal y los obreros abandonaron las fábricas para ir al frente. El SPD seguía siendo el partido de la clase obrera, y la formaba y organizaba en casi todos los aspectos de su vida: su dirección había traicionado pero no estaba siendo criticada.

A partir de la votación por los créditos de guerra, revolucionarias como Rosa Luxemburg y Clara Zetkin quisieron organizar una oposición en la social democracia alemana. En un primer momento, esa oposición permaneció muy minoritaria, formándose a partir de 1915 en un pequeño grupo revolucionario, la Liga espartaquista (Spartakusbund). La primera manifestación masiva contra la guerra fue una huelga de obreros en Berlín en abril de 1915, y en 1916, el dirigente espartaquista Karl Liebknecht tomó la palabra delante de 2000 obreros. La Revolución rusa de 1917 conmocionó la situación política en Alemania: mostrando la vía del socialismo y la manera de conseguirlo, tuvo una incidencia en el peso de la oposición a ña guerra en el seno de las masas alemanas. Las huelgas se multiplicaron y motines estallaron en la marina. Una organización disidente del SPD nació, el Partido social demócrata independiente de alemania (USPD), en el cual participaron los espartaquistas. Estando cada vez más clara la derrota de Alemania, la agravación de las condiciones de vida y las esperanzas nacidas de la Revolución rusa suscitaron turbulencias y ganas de lucha para muchos trabajadores y trabajadoras alemanxs, e incluso entre los soldados.

La chispa vino del Norte.
En otoño de 1918, la explosión revolucionaria no empezó con la clase obrera, sino en primer lugar en la marina, en el mar del Norte. Era un sector del ejército que había conocido revueltas unos meses antes. La insurrección fue preparada por dos grupos: los marineros revolucionarios del mar del Norte, que ya se habían ilustrado durante los motines de 1917, y militantes espartaquistas. La consigna era que la insurrección tenía que empezar cuando el Estado mayor diese la orden de un asalto suicida contra la marina inglesa. Los revolucionarios fueron detenidos, pero fueron puestos en libertad por los obreros y los marineros del puerto de Kiel, que tomaron el control de los buques e izaron la bandera roja. La insurrección había empezado: sin extensión del movimiento, la única salida era el pelotón de ejecución… En todo el país, los espartaquistas, los marineros y diversos grupos revolucionarios difundieron la noticia y favorecieron la creación de consejos obreros y de soldados – basándose en el modelo de los soviets rusos – para propagar la insurrección y organizar la gestión de la vida cotidiana. Las reivindicaciones eran la paz inmediata, el final de la miseria, pero en el seno de los consejos nacieron también reivindicaciones propias a cada fábrica. A través de las huelgas de masa, esos marcos de poder proletario se desarrollaron por toda Alemania.

Todo el poder a los consejos.
Pero la revolución no había aún alcanzado Berlín, donde se concentraba el poder del Estado y el ejército. Los espartaquistas llamaron a los trabajadores a preparar la insurrección, apoyándose en los 300 “delegados revolucionarios” de las fábricas de berlinenses, que representaban a 300 000 obreros. La preparación fue minuciosa. El 9 de noviembre de 1918, la consigna de los espartaquistas y de los delegados revolucionarios fue clara: la huelga general, para derrocar al Emperador y para establecer una República de los consejos. Esa consigna se propagó pronto por la mañana, y ya desde la 5, la huelga se extendió y se organizó mediante consejos de fábricas. A las 11, Berlin estaba paralizada: masas de proletarios tomaron los calles, a los que se le unieron los soldados y todos y todas se dirigieron hacia el Reichstag y hacia el palacio imperial. Los manifestantes que seguían a los espartaquistas se hicieron con el palacio, y Karl Liebknecht, expresando la voluntad de los obreros, proclamó la “República socialista libre de Alemania”. El antiguo orden ya no existía, los trabajadores tenían sus propios órganos de poder dónde decidían de una orientación y la llevaban a cabo. Pero un poco más pronto en el Reichstag, un dirigente del SPD, Philipp Scheidemann, había él proclamado la “República alemana”… El Emperador había abdicado, y sin embargo, la incertidumbre permanecía en lo que se refiere al desenlace de la revolución: ¿iba a dar salida a una república democrática burguesa, o a una república socialista dirigida por los trabajadores?

La difícil cuestión del poder.
Los obreros y los soldados habían derrocado en pocos días las estructuras políticas del Imperio, dando a luz a sus propios órganos de poder. La noche del 9 de noviembre, el sentimiento que dominaba era la euforia; la victoria estaba ahí: los proletarios dirigían la sociedad. Sin embargo, los jefes del SPD se lanzaban ya en una batalla política para impedir que esa revolución condujera al socialismo. El 10 de noviembre, dos poderes fueron reconocidos: por un lado, el de los consejos de obreros y de soldados, y por otro, un gobierno provisional que no provenía de los consejos, sino de una coalición entre el SPD y el USPD. Desde el principio, esos dos poderes se opusieron el uno contra el otro. El gobierno provisional iba a ser el instrumento de la contra revolución, del restablecimiento de la paz social y del poder burgués. Para conseguir dicho objetivo, el SPD impuso al USPD respetar una paridad entre los dos partidos en los consejos obreros, como ya ocurría en el seno del gobierno. Pero como el SPD era por otro lado ampliamente mayoritario en los consejos de los soldados, el resultado fue que se hizo también con la mayoría en el seno del poder ejecutivo de los consejos. Esa situación pareció normal a los trabajadores, poco informados de las divergencias en el seno del movimiento obrero: para la mayoría de ellos, no había diferencias entre el SPD, el USPD y los espartaquistas. El USPD era una organización joven, y las orientaciones de los unos y de los otros no habían sido experimentadas en la práctica por la mayoría de los trabajadores. El gobierno provisional empezó a funcionar con 6 “comisarios del pueblo”, títulos pomposos que pretendían recordar a la Rusia soviética, pero tenían sobretodo como objetivo servir de cortina de humo para dejar actuar a los actores de la contra revolución. ¿Qué veía la clase obrera? Una alemania repleta de consejos obreros, socialistas en el poder, el Emperador destituido… Sin embargo, el SPD y la burguesía se centraban en restablecer las antiguas instituciones y en organizar elecciones destinadas en arrebatar el poder a los consejos. Sólo los espartaquistas y algunos militantes revolucionarios eran conscientes de las maniobras que estaban en curso. El 11 de diciembre, en el periódico Die Rote Fahne, Rosa Luxemburg escribía: “está claro que era en el consejo ejecutivo, en los consejos obreros y de soldados, que las masas debían encontrarse. Sin embargo, su órgano, el órgano de la revolución proletaria, está reducido a un estado de impotencia total; el poder se le ha escapado de las manos para ir a parar a las de la burguesía. Ningún órgano de poder político deja de manera voluntaria escapar el poder, al menos de haber cometido algún error. Es la pasividad e incluso la desidia del consejo ejecutivo que han hecho posible el juego de Ebert-Scheidemann ». El 15 de diciembre, una asamblea de los consejos aprobó una vuelta a la “normalidad”, sin Emperador cierto es, pero con un poder político que pertenecía a la burguesía. Elecciones fueron convocadas, lo cual fortaleció a las instituciones burguesas y conllevó una disminución del peso de los espartaquistas, que no estaban en ese momento organizados de manera autónoma a escala nacional. La revolución alemana representó la esperanza de una extensión de la revolución rusa a escala europea. Los trabajadores mostraron su fuerza, su capacidad para hacer estallar los marcos de las viejas sociedades descompuestas. A través de los consejos obreros, el proletariado llamó a la puerta del poder: el poder que ejerció no fue total pero en algunos lugares, son los obreros y los soldados los que controlaron la economía y la vida política. Sin embargo, faltó la conciencia política de las tareas, de lo que significaba la toma del poder. Muchas razones explican esto, y la primera de ellas es la ausencia de un partido revolucionario lo suficientemente implantado e influyente para conducir a los trabajadores a la ruptura con el capitalismo. Los espartaquistas fueron el núcleo más consciente del Revolución alemana, pero sufrieron la ausencia de un partido autónomo, con lazos con toda la clase obrera; intentaron llevar a cabo dicha tarea fundando el Partido comunista alemán en diciembre de 1918. A pesar de la vuelta a la normalidad, la experiencia de noviembre y la voluntad de acabar con esta sociedad hizo posible una explosión revolucionaria en enero de 1919: los trabajadores de Berlín, tomaron de manera masiva las calles e intentaron tomar el poder. Esa situación sólo se ciñó a la capital, y el muy joven Partido comunista fue incapaz de extenderla a una escala nacional. El gobierno social demócrata desencadenó una represión feroz, con la ayuda de las tropas de choque de la extrema derecha, los Cuerpos francos. Dirigentes como Luxemburg y Liebknecht fueron detenidos y asesinados. Este aplastamiento asesino del proletariado berlinés puso punto y final al episodio revolucionario de 1918-1919, que abrió sin embargo un periodo intenso de lucha de clases. El nuevo fracaso del intento revolucionario de 1923 tuvo consecuencias dramáticas y marcó el final de las posibilidades de extensión de la Revolución rusa. El aislamiento de la Rusia soviética facilitó su degeneración burocrática así como la de los partidos comunistas del mundo entero. Y a falta de haber podido triunfar, el proletariado alemán – el más potente de Europa – iba a padecer algunos años más tarde el talón de acero del nazismo...

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